Publicaciones: Boletín Perspectivas
#YoNoOlvidoAbril
El hashtag que sirve de título fue creado por la Asociación Madres de Abril (AMA) que reúne a las madres de las personas asesinadas por la policía y los grupos paramilitares del gobierno de Nicaragua en 2018, durante la ola de masivas protestas que inició en ese año. Resume el sentimiento que tres años después, prevalece entre la mayoría de población que se volcó a las calles en la jornada de protestas sociales más importante de las últimas décadas.
Las multitudinarias marchas que se extendieron por toda Nicaragua revelaron un masivo descontento con el gobierno y una profunda crisis sociopolítica que había venido configurando durante más de una década a causa del (des)gobierno encabezado por Daniel Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo. Desde el inicio de las protestas, los Ortega-Murillo ordenaron aplacarlas utilizando la represión abierta en contra de la población que se volcó a las calles, sobre todo cuando se supo de los primeros asesinatos los días 19 y 20 de abril de 2018.
El nivel de la contienda política se elevó hasta el punto más alto con la demanda generalizada para que Ortega abandone el gobierno y se haga justicia a las víctimas. La crisis sociopolítica se ha prolongado en el tiempo y se ha agudizado con los efectos de la pandemia por el virus del Covid-19.
Abril en la memoria
En la memoria colectiva de la sociedad nicaragüense, esta ola de movilización social y las demandas que generó, se ha instalado como un sentimiento que algunos llaman “el espíritu de abril” y que ha tomado fuerza durante todo el mes con expresiones diversas que han incluido memoria viva sobre las movilizaciones y las personas asesinadas, actos simbólicos de protesta, relatos individuales, dibujos, música y otras actividades. Las redes y plataformas digitales, así como los medios de comunicación, se inundaron con información y mensajes relativos a la conmemoración del tercer aniversario de la “insurrección cívica de Abril”.
El gobierno también activó sus redes y mensajeros para tratar de contrarrestar las actividades conmemorativas, además que incrementó los despliegues policiales y las acciones represivas en contra de familiares de las víctimas, prisioneros políticos excarcelados, defensores de derechos humanos, líderes políticos, periodistas y activistas en todo el país, para impedir que se realizaran actos de protesta o de memoria. Desde su perspectiva, se mantiene el argumento que ese fue un golpe de estado, no reconoce la violencia estatal, los asesinatos cometidos, ni tampoco las demandas de toda la ciudadanía para un cambio de gobierno.
Ha empleado diversos recursos, principalmente comunicacionales, para imponer su narrativa del golpe de estado; sin embargo, es claro que la insurrección de Abril se ha instalado en la memoria colectiva y se ha convertido en memoria histórica, de tal manera que perdió la disputa de los relatos construidos desde el poder autoritario.
Los significados de Abril
Pero la insurrección cívica de Abril va más allá y ha revelado las filosas aristas de un profundo cambio en las prácticas y la cultura política nicaragüense. Uno de esos cambios trascendentales se expresa a través de los significados. Durante más de diez años, el gobierno de Ortega, particularmente Rosario Murillo, la vicepresidenta y esposa de Ortega, impuso sobre toda la sociedad nicaragüense una serie de símbolos que representaban su poder dominante. Esos símbolos fueron los primeros en ser disputados y transformados, como es el caso de los llamados “árboles de la vida” o “chayopalos”; la modificación de la consigna “Patria libre o morir” por “Patria libre para vivir”; la apropiación y creación de música para acompañar las marchas y movilizaciones; la creación de carteles, dibujos, memes y numerosas piezas digitales.
Pero el símbolo que representa la pérdida de la hegemonía de los Ortega-Murillo, es la apropiación de la bandera nacional y sus colores por parte de los ciudadanos, a tal punto que mostrarla o llevarla públicamente constituye una “transgresión” a los ojos de la policía y los grupos paramilitares pro-gobierno. Con el cambio de los símbolos también se ha operado un cambio en los significados de la política, de manera que hay un marcado rechazo de los ciudadanos hacia los actores, formas y prácticas políticas convencionales que habían prevalecido en el país hasta el 2018.
Foto: CortesíaLa emergencia de nuevos actores políticos como ciudadanos organizados, jóvenes, campesinos, Costa Caribe, mujeres, gremios, entre otros, es uno de los cambios más importantes de la insurrección cívica de Abril. Estos actores emergieron durante la ola de protestas; conformaron organizaciones de diferente naturaleza, principalmente locales y sectoriales, y han dado lugar al surgimiento de una amplia capa de liderazgos de diferentes edades, localidades y sectores sociales.
Junto con esas formas de organización también han crecido y se han diversificado los repertorios de acción social. A la par de las multitudinarias marchas de 2018 se efectuaron actos musicales y actos simbólicos de protesta; ocupación de calles, recintos universitarios y carreteras; se instalaron barricadas en numerosas localidades para que los protestantes se protegieran de la represión gubernamental; se efectuaron marchas virtuales, carreras, se organizaron caravanas de vehículos, motocicletas y bicicletas. Se pintaron murales, carteles, se organizaron memoriales, monumentos itinerantes, museos, exhibiciones fotográficas. Más adelante, cuando la represión gubernamental escaló los niveles de violencia, se realizaron protestas rápidas, llamadas “piquetes express”; actos simbólicos de protesta, se colocaron carteles, calcomanías, se pintaron calles y paredes, se lanzaron globos y confeti azul y blanco en calles y plazas; entre otras. De tal manera que el repertorio de las acciones sociales ha sido numeroso, diverso y extendido.
La “insurrección cívica de Abril” también ha puesto en entredicho el viejo modelo de alianzas entre las élites de poder, construido desde 1990 para viabilizar su propia estabilidad e intereses. Ese modelo de carácter excluyente y privado que siempre dejó fuera a la mayoría de la población nicaragüense durante varias décadas, se ha visto interpelado y rechazado públicamente por la demanda de cambio social de la población en general, además de la fuerte presión que los actores emergentes, en particular los que se organizaron y mantienen una participación activa desde abril de 2018, están ejerciendo sobre los actores tradicionales, en especial, los partidos políticos.
A lo interno de las organizaciones que conforman el movimiento cívico, es posible identificar una disputa entre viejas y nuevas prácticas políticas que se expresa en las tensiones entre las formas autoritarias y nuevas formas más horizontales y democráticas; las generaciones adultas y jóvenes; los mecanismos para la toma de decisiones al interior de las organizaciones; la participación y representación de grupos y sectores excluidos en épocas anteriores; la participación y el liderazgo de las mujeres; y el reconocimiento de actores emergentes de sociedad civil vs. los partidos políticos, así como las propuestas de país.
En el centro de estas tensiones está la disputa entre la continuidad de los modelos autoritarios y la dictadura instalada por los Ortega-Murillo vs. la demanda de una democracia más estable, respetuosa de los derechos ciudadanos y del Estado de Derecho. El modelo Ortega-Murillo ya no tiene nada que ofrecer y tampoco tiene viabilidad en el mediano, mucho menos en el largo plazo. El cambio y la transición son inevitables, por eso el régimen de los Ortega-Murillo se ha aferrado fuertemente al poder y procura prolongar su permanencia tanto como sea posible.
El legado de Abril
Aunque la prolongación de la crisis sociopolítica y sus efectos afligen a un sector mayoritario de población, mientras otro se pregunta si valió la pena, lo cierto es que la insurrección cívica de Abril ha dejado un legado político y social importante a Nicaragua que trasciende el momento político y se convierte en la base para una sociedad más democrática en el futuro inmediato.
Ese legado incluye una sociedad más consciente y activa políticamente, tal como se puede apreciar en las diferentes expresiones ciudadanas de participación, las opiniones y posicionamientos sobre la situación del país y la decisión de movilizarse masivamente para expresar su descontento.
Abril también ha expandido las formas de organización y participación en todo el país, dando vida a un inmenso e invaluable capital social y político. Esas estructuras organizativas se han convertido en el principal sostén de diferentes acciones, entre otras: las acciones de resistencia; el apoyo a las víctimas de la represión y sus familiares; la recolección y sistematización de información; acciones de denuncia de violaciones a los derechos humanos, pero también todas las acciones de prevención, información y apoyo en el contexto de la pandemia, así como durante la emergencia causada por los huracanes Eta e Iota a finales de 2020.
Otro legado de Abril es el surgimiento de una amplia red de auténticos liderazgos sociales en todas las localidades del país; destacan particularmente los liderazgos de mujeres que se han puesto al frente de numerosas actividades en las diferentes formas de organización que se han conformado.
Abril, con sus nuevos significados también ha dado vida a una nueva identidad y sentido de pertenencia a toda la sociedad nicaragüense; además, una nueva visión de futuro para el país, más esperanza y la certeza de que, a diferencia de otras épocas, esta vez habrá justicia y no más impunidad. El recuento, aunque es somero, muestra la profundidad y la importancia de la insurrección cívica de Abril. Por eso, es acertado el hashtag que circuló y se posicionó en las redes sociales durante las conmemoraciones del tercer aniversario: #YoNoOlvidoAbril