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Boletín Perspectivas - 02 Mar 2020
El 25 de febrero de
Treinta
Dos
Las
Onofre
Lo
Onofre
Primera
Fruto
Despúes,
Segunda
Con
Luego,
Tercera
Ese
Cuarta,
Para
La
Octava
La
Novena
Contradicciones
La
Décima
Con
Pero
Un
Argüello,
El
Demasiado
El
El
Duodécima
Después
Decimatercera
Los
Los
Tres décadas después, una nueva transición hacia la democracia
El 25 de febrero de
1990 una coalición encabezada por la señora Violeta Barrios de
Chamorro ganó una competencia electoral que se podría considerar
una de las más transparentes, y con mayor participación ciudadana
en Nicaragua. Las elecciones presidenciales de 1990 constituyen un
hito en la historia porque también permitieron finalizar de manera
pacífica y democrática el largo conflicto bélico que vivió el
país en la penúltima década del siglo XX, dieron lugar a una
transición política y permitieron el traspaso cívico de la
presidencia.
Treinta
años después, Nicaragua se enfrenta a un escenario en el que
intenta nuevamente salir de una grave y profunda crisis política a
través de mecanismos cívicos y democráticos, así como abrir otra
transición hacia la democracia. La vía electoral se presenta una
vez como la mejor alternativa; sin embargo, a diferencia de 1990, es
indispensable contar con condiciones básicas de seguridad,
transparencia y respeto al ejercicio del voto ciudadano especialmente
en el sistema electoral.
Dos
de los pasos más importantes en esa ruta para salir de la crisis
son: la conformación de una coalición amplia de actores sociales y
políticos que además de participar activamente en las próximas
elecciones de 2021, se convierta en el eje de los cambios que se
requieren operar en el país para alcanzar justicia y restablecer la
democracia; el segundo paso es realizar reformas a la ley y el
sistema electoral que aseguren una competencia justa y que los
ciudadanos puedan ejercer su derecho al voto de manera transparente y
en plena libertad.
Las
reelecciones presidenciales, que en Nicaragua se han convertido en un
síntoma del continuismo, el caudillismo y la imposición autoritaria
constituyen uno de los aspectos indispensables a incluir en una
reforma electoral y en las prácticas políticas de aquí en
adelante.
Onofre
Guevara López, uno de los sindicalistas y periodistas de más larga,
íntegra y coherente trayectoria política en Nicaragua, escribió en
2011 un recuento de las reelecciones presidenciales por las que ha
transcurrido la historia del país. Considerando la trascendencia del
tema y en homenaje a los 90 años de vida de Onofre Guevara, el
boletín de análisis “Perspectivas” quiere compartir con sus
lectores este recuento histórico.
Lo
que los jóvenes deberían saber sobre reelecciones
Onofre
Guevara López
Primera
reelección
Fruto
Chamorro (1853), fue el pionero de la reelección. No le gustó el
período de dos años como Jefe de Estado: por eso, nueve meses
después de haber comenzado su mandato, reformó la Constitución pra
crear la figura de "presidente de la república", reelegirse como presidentes, y prolongar de dos a cuatro años el
período presidencial. Aunque antes hubo suscesos bélicos y
conflictos políticos entre caudillos y oligarcas, el resultado de
las últimas contiendas fratricidas por causa de la reelección de Chamorro, fue que propiciaron la presencia de los filibusteros de
William Walker y sus filibusteros.
Despúes,
viendo el peligro a que habían expuesto al nuevo Estado de perder su
soberanía a manos de los filibusterios, y de ser convertidos ellos
en sus simples lacayos, los "ejércitos" campesinos con
"generales"- patronos, bajo las banderas de legitimistas y
democráticos, se aliaron para enfrentarlos en lo que se llamó la
Guerra Nacional. Resultados de la primera aventura reeleccionista:
casi cuatro años sangrientos para el pueblo, la pérdida temporal de
la sobernía nacional y la amenaza de perderla para toda Centromérica.
Segunda
reelección
Con
el pacto libero-conservador que frustró la pérdida de la soberanía
nacional, crearon condiciones para elegir al conservador Tomás
Martínez (en 1857), y este fue el inicio del período de los
"treinta años conservadores". Pero, al principio, la
violencia continuó cuando Martínez planteó su deseo de reelegirse;
el liberal Máximo Jerez se opuso, montando una de las habituales
revueltas, esta vez contra Martínez. Dado que la pequeña sociedad
nicaraguense de entoces estaba agotada por la Guerra Nacional, esta
revuelta fue menos cruenta, menos prolongada.
Luego,
se practicó la alternancia en el poder durante treinta años, fue
una experiencia condicionada por el atraso del país. Fue una
democracia sólo para patronos, no apta para el ciudadano analfabeto
y para quien no tuviera una propiedad con valor no menor de cien
pesos. Sin embargo, al final de ese período de treinta años se
demostró que la no repetición del abuso del poder para reelegirse,
y dejar que el país viviera en paz, fue propicio para el "progreso
nacional", el cual había comenzado a gatear con más
producción, la inserción del país en el comercio internacional por
medio de la exportación del café, más la inauguración del
ferrocarril del Pacífico, para su transportación hacia el puerto de
Corinto.
Tercera
reelección
Ese
período de paz comenzó a ser alterado en 1887, cuando muere el
presidente Evaristo Carazo, y eligen a Roberto Sacasa. Completado el
período de Carazo, Sacasa se antojó de reelección, y abusando de
la misma, Sacasa ya había creado suficiente inconformidad con su
gobierno. Proliferó con sus medidas autoritarias, provocó exilios
forzados y realizó actos contra la libertad de prensa. Sacasa
no gozó toda su reelección, a causa de haber provocado también la
violencia armada que encabezó José Santos Zelaya, quen lo derrocó
e izó en el poder la bandera de la revolución liberal de 1893.
Cuarta,
quinta, sexta y séptima reelección
Para
la época, las reformas del gobierno liberal de Zelaya fueron
progresistas: separó al Estado de la iglesia, secularizó los
cementerios, dio primaciá al matrimonio civil, estableció la
educación laica, etcétera. Pero Zelaya, se amparó en sus reformas
para recetarse la reelección, la cual repetió cuatro veces (1897-
1901- 1905- 1909), manteniéndose así en el poder durante diecisiete
años. El reeleccionismo de Zelaya causó guerras intestinas y
regionales hasta 1909, cuando fue derrocado por la injerencia diplomática gringa, con recurso conocido como "la Nota Knox",
por el apellido del entonces Secretario de Estado Alexander Knox,
quien le exigió su renuncia a la presidencia.
La
salida de Zelaya del poder -y hacia el exilio- comienzo a un segundo
período trágico de nuestra historia: la injerencia diplomática que
hizo pasar por la presidencia a José Madriz y a Juan José Estrada,
y la segunda más grande intervención armada de los Estados Unidos
-después de la de Walker- que duró veinte y cuatro años, con una
breve pausa entre 1925-1926; de ahí, hasta cuando Sandino les obligó
a irse en 1933, con enorme saldo de muerte durante los seis años que
duró su lucha guerrillera.
Octava
reelección
La
intervención lesionó la vida económica, social y política.
Durante la intervención armada no hubo reelecciones “oficiales”,
sino la reelección que Washington le hizo a Adolfo Díaz (lo nombró
en 1911 y lo reeligió en 1926). También se encargó de nombrar “presidentes” con farsas electorales organizadas y súper
vigiladas por los mismos interventores. Tanto se perdió la soberanía
nacional, que las “elecciones” se hacían bajo según lo
determinaban los interventores, y hasta con una ley redactada por un abogado gringo (de apellido Dobs). La “autoridades” armadas de la
intervención controlaban los procesos y los cantones electorales,
luciendo su uniforme militar imperial.
Novena
reelección
Contradicciones
políticas entre conservadores, más la inconformidad popular contra
la intervención, posibilitaron el surgimiento de una coalición
libero-conservadora de oposición, la cual ganó las elecciones y le
permitieron acceder a la presidencia con la fórmula Carlos José
Solórzano-Juan Bautista Sacasa (1925-1926). Un ex presidente y
caudillo de factura gringa, Emiliano Chamorro (1917-1920), vio ese
cambio de gobierno muy progresista para su gusto, y se buscó su
reelección por la vía del golpe de Estado (1925). A Washington no
le convino este golpe, y le impidieron cumplir su deseo de quedarse
con la presidencia, y fue cuando reeligió a Adolfo Díaz, en 1926.
Pero Chamorro ya se había apuntado por las “soluciones”
violentas y estalló la “revolución constitucionalista” de los
liberales por restablecer el orden constitucional y, de paso, contra
la intervenión.
La
“revolución” fue traicionada por José María Moncada (1927) al
precio de su presidencia, a la cual ascendió con elecciones súper
vigiladas por los interventores en 1928. En el 27 había emergido
Sandino contra la traición de Moncada y contra la intervención.
Juan Bautista Sacasa, recibió la presidencia de manos de Moncada en
1932, como su pago por la traición a la revolución
constitucionalista, que así se llamó, entre 1926-1927.
Décima
y undécima reelección
Con
la guardia nacional creada por la intervención (1927), surgió
Anastasio Somoza García, quien no quiso esperar su pago por haber
asesinado a Sandino en 1934, y se apresuró a cobrársela a Sacasa en
1936. Derrocado Sacasa, Somoza García utilizó un títere –Carlos
Brenes Jarquín—; esperó elegirse en 1937, se reeligió en 1942
(Somoza García, fue el primero en alargar a cinco años el período
presidencial) y preparó condiciones para otra reelección en 1947.
Pero
en 1944, a Somoza le “salió la virgen” por primera vez: nació
el movimiento estudiantil universitario, y de las filas de su partido
nació el Partido Liberal Independiente, ambos contra su reelección.
Obligado a desistir por la movilización popular, buscó otro títere:
Leonardo Argüello. Se creó una coalición opositora muy fuerte, que
barrió con las elecciones (1946) en favor de su candidato Enoc
Aguado, del PLI, en la casilla del Partido Conservador, único legal
después del partido de Somoza.
Un
buen “hijo de puta” de Washington –como bautizó a Somoza
García, el presidente gringo Fralklin D. Roosevelt—, no iba a
permitir tamaña ofensa, y un predecesor de Roberto Rivas (un tal
Salmerón), se la cobró por él con un enorme fraude. Cuando, con los falsos resultados se conocieron, Salmerón, un somocista a tiempo
completo, dio a luz el fraude electoral que tendría el récord de
ser el más grande de Nicaragua, hasta el del 2008 de Rivas, un
orteguista de procedencia cletrical-liberal.
Argüello,
liberal doctrinario al fin, tuvo pena de su “victoria” y trató
de resarcir en algo por el engaño, o sea, el fraude electoral,
ordenando el retorno de los durmientes del ferrocarril que Somoza se
había robado para cercar sus haciendas. La actitud rebelde de
Argüello le duró pocos días: del primero de mayo que fue ascendió
a la presidencia, al 27 de mayo (1947) cuando fue derrocado por quien
lo había ungido presidente, Somoza García.
El
golpe de Estado mandó al presidente Argüello al exilio en México,
y el golpe propinado a su dignidad personal, lo mandó a la muerte en
el mismo país norteño (en el mismo año: 1947). Un nuevo títere
entra a escena con el apellido ideal: Benjamín Lacayo Sacasa, cuya
mayor parte de su “presidencia” la pasó echado en su hamaca
consumiendo alcohol, y desde allí mandaba a “La Curva”
–residencia Somoza García, muy cerca de la presidencial y en la
misma Loma de Tiscapa— a todo ciudadano que llegaba en busca del
jefe del Estado.
Demasiado
práctico y sincero en su función este Lacayo Sacasa, y Somoza
García lo sustituyó a escasos tres meses con otro títere, su
pariente además, Víctor Manuel Román y Reyes (agosto de 1947),
para esperar su segunda reelección. Esta llegó en 1951. Y,
consecuencia lógica, en 1954, hubo una rebelión armada de un grupo
de ex militares que se habían solidarizado con Leonardo Argüello,
con un resultado sangriento para la oposición. La tercera reelección
de Somoza García llegaría con los comicios de 1956… pero primero
le llegó la muerte en las manos de Rigoberto López Pérez, un 21 de
septiembre.
El
resultado de ese último intento de reelección, fue sangriento no
sólo para Somoza García. Los herederos de Somoza bañaron al país
con la sangre de inocentes –sólo por ser opositores—, y la de
quienes participaron en la acción. Luis Somoza, heredó la
presidencia, y después la “ganó” con las elecciones de 1957
contra el “candidato de zacate”, tal como Diego Manuel Chamorro
fue llamado por su pariente Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. Y lo
llamó así, porque fue un candidato hecho a la medida de los Somoza,
junto a un “Partido Conservador Nicaragüense”, también
prefabricado para la ocasión por Eduardo Conrado Vado, para
sustituir a los conservadores tradicionales, quienes se abstuvieron
oficialmente.
El
segundo general Somoza, después de esperar que Luis cumpliera su
turno, quien murió en fecha próxima a cumplir su período, propició
la elección (1963) del oficialista René Schick, quien murió tres
años después (1966). El único Somoza sobreviviente, Anastasio
junior, tomó las riendas del poder, pero no de la presidencia, y
otros títeres debieron pasar mientras él se preparaba a ser el
candidato a la presidencia para unificar su poder militar con el
poder civil, en 1967. Esto lo hizo, una vez más, a costa de la sangre del pueblo que se pronunció en contra de su candidatura en
una manifestación que fue masacrada el 22 de enero de 1967.
Duodécima
reelección
Después
de su impuesta elección, para Somoza Debayle hubo fiesta con el
terremoto de 1972, no sólo por su descomunal apropiación de bienes
y de ayudas internacionales, sino también porque le permitió la
ocasión para deshacerse del triunvirato títere que había formado
para preparar por su primera y única reelección en 1974. Pero fue
derrocado tres años después, en 1979, por la revolución popular
sandinista. ¿Y después de esta reelección, qué? Un round
sangriento más, con muchos etcéteras de sangre, y más sangre, y
más sangre para derrocarlo, hasta empatar con la sangre de la guerra
contrarrevolucionaria de los años ochentas.
Decimatercera
y decimacuarta
Daniel
Ortega, ya lleva dos reelecciones: de jefe de gobierno a la
presidencia (1985), la última (2006), y busca la tercera en 2011.
Pero ha sido candidato a la presidencia cuatro veces. Por ahora, los
frutos de esta pretensión anticonstitucional han sido el desorden
institucional, el relajamiento del orden jurídico, pues ha borrado
la separación de los Poderes del Estado –Corte Suprema de Justicia
y el Consejo Supremo Electoral—, bajo su propio Poder Ejecutivo, y
ha corrompido, sobre la base de las prebendas y la compra-venta de
votos, el funcionamiento democrático de la Asamblea Nacional.
Los
intentos de su reelección ilegal, amoral, continua y antipatriótica
de Daniel Ortega, con el apoyo de su camarilla y el ejército de
oportunistas que le acompañan, han sido más burdo que los de los
Somoza, pues no se ha molestado en disfrazar sus ambiciones. A
diferencia de los tres Somoza juntos, que no asumieron de forma
directa y continua la presidencia, sino que utilizaban como títere a
cualquiera de sus serviles, mientras gobernaban desde adentro. Además
de su estilo fraudulento de “elegir” y de “elegirse”, siempre
utilizaron la figura de un “teneme aquí, un ratito”, para
disimular su continuismo. Ortega, en cambio, no permite ni siquiera
la cercanía de los aspirantes a candidatos. Apenas se insinúan, los
margina y convierte en sus “enemigos”, en “traidores” y, por
lo tanto, en blancos de sus ataques y descalificaciones de todo tipo.
Los ejemplos huelgan.
Los
jóvenes actuales, los que apoyan y quienes no quieren la
re-re-reelección, ¿quisieran ver otra página de la misma historia,
y su hemorrágica secuela? Seguramente que no. Pero sería irracional
y anti histórico que no meditaran siquiera en torno a la necesidad
de darle a nuestro país unas elecciones en paz, con alternabilidad,
legalidad y transparencia y tampoco lucharan para lograrlo. No
hacerlo, sería como trasladar sus propias responsabilidades sobre
las espaldas de las generaciones por venir. Una actitud negligente,
los haría cómplices de la cadena histórica –y contra la
histórica, de veras— de las frustrantes reelecciones que han sido
causantes del atraso político, económico y social de Nicaragua.