Noticias Generales
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- 18 Jan 2009
Niños muertos en portada
En este artículo tomado del semanario Confidencial, el comunicólogo Arturo Wallace se refiere al despunte oficial del nuevo "Observatorio de Medios de Comunicación" de CINCO, retomando el debate en torno al uso de las imágenes de violencia explícita en los medios de comunicación conocida como la "Nota Roja".
Arturo Wallace
Esta semana se presentó oficialmente el Observatorio de Medios del Centro de Investigación de la Comunicación, CINCO. Esta iniciativa, coordinada por mi compañero de aventuras en esta columna, Guillermo Rothschuh, pretende fomentar un ejercicio autocrítico por parte de los medios, y con ello contribuir a mejorar su desempeño. Y antes incluso de su presentación formal hizo circular entre académicos y periodistas un primer producto en el que se analizaba el estado actual de la llamada “nota roja” —esa que resulta de la cobertura de hechos de violencia y sangre, que todavía constituye parte sustancial de la oferta periodística nicaragüense.
Entre las evoluciones positivas, el reporte destacaba la reducción del número de fotografías “sangrientas” en los periódicos, especialmente en las primeras páginas de La Prensa. Porque, efectivamente, el consenso general es que este tipo de imágenes —de cadáveres, cuerpos mutilados, personas heridas— generalmente caen en el “amarillismo”, que constituyen una de las expresiones más patentes de la forma en que algunos medios de comunicación buscan como explotar el dolor y sufrimiento ajeno, que son injustificables. De hecho, el nuevo Código Penal de Nicaragua ahora penaliza la publicación de fotografías de cadáveres.
Pero entonces pasó Gaza. Es decir, el Ejército de Israel lanzó su operación “Plomo Fundido” con el propósito declarado de impedir que desde ese territorio palestino se siguieran disparando cohetes en contra de su territorio. Y páginas de periódicos y pantallas de televisión se fueron llenando con imágenes del dolor y sufrimiento causado por el conflicto, especialmente entre el pueblo palestino.
La obligación de mirar
¿Se debe censurar a los medios por presentar imágenes de sangre para ilustrar el conflicto palestino-israelí? Definitivamente no. La pérdida de vidas humanas, el dolor y el sufrimiento —fundamentalmente entre la población civil inocente— es una dimensión esencial de ese —y cualquier— conflicto. El buen periodismo no puede dejar de documentar y confrontarnos con esa realidad. Y las imágenes son a menudo el medio más efectivo para conseguirlo. ¿Se imaginan al código penal impidiendo la publicación de las fotografías de las víctimas de los campos de concentración nazis, de las de la limpieza étnica en Yugoslavia, de las de las masacres de Ruanda?
Es por ese tipo de cosas que, en materia de periodismo, las prohibiciones tajantes no son siempre una buena idea. Pero la “irrestricta libertad de prensa” requiere de buen criterio. Buena parte de las imágenes sangrientas publicadas o transmitidas por nuestros medios no sirven a un bien mayor.
Y por eso la grita generalizada. Pero la línea entre lo justificable y lo injustificable a menudo es muy difusa. Y por eso el diálogo, el debate y la reflexión que puede impulsar el Observatorio es tan necesaria.
Transparentando criterios
Un buen ejemplo de ese delicado equilibrio, y de la necesidad de ese debate, puede resultar de la comparación de las decisiones tomadas por El Nuevo Diario y La Brújula Semanal, el semanario gratuito en el que intento poner en práctica algunas de las prescripciones tan alegremente repartidas en esta columna.
Cuando en La Brújula decidimos abordar el tema de Gaza, nuestra primera reacción fue que no debíamos publicar imágenes de cadáveres, mutilados, etc. Pero a medida que considerábamos otras imágenes, nos dimos cuenta que tampoco queríamos publicar imágenes asépticas —como el humo saliendo de los edificios bombardeados— ni otras que pudieran glorificar el quehacer militar. Después de todo, pensamos, tal vez sólo es confrontándonos con los horrores de la guerra que podemos llegar a comprender su monstruosa inutilidad. Al final optamos por publicar una foto del entierro de una niña palestina de cuatro años en el cementerio Beit Hanoun, al norte de la ciudad de Gaza. Se trata de una imagen dolorosa, pero respetuosa del triste destino de Lama Hamdan —como se llamaba la niña— y del dolor de su familia (y no es que creamos que alguna vez vayan a leer La Brújula, pero aún así). La elegimos porque también nos pareció una imagen sobria, efectiva en su representación de la gran cantidad de víctimas civiles inocentes que ha caracterizado ese conflicto.
Un debate abierto
Si tienen tiempo, compárenla con la imagen de otra niña palestina inocente víctima del conflicto, publicada en la portada de El Nuevo Diario del miércoles 7 de enero. Tal vez algunos aún la recuerdan. Un niña, sin nombre, yace entre los escombros de un edificio destruido por el bombardeo israelí. La primera impresión, sin embargo, es la de una cabeza decapitada, los ojos aún entreabiertos fijados en el vacío. ¿Es esta segunda imagen más efectiva como denuncia del horror de la guerra, documenta mejor lo que está pasando en Gaza? Personalmente, creo que no. De hecho, este tipo de imágenes grotescas a menudo más bien consigue que la gente vuelva a ver hacia otro lado, literal y figurativamente hablando. Que se desentienda del problema.
Otros, sin embargo, pueden tener otra opinión. Y la línea —entre lo justificable y lo injustificable— sólo se va a definir claramente en la medida que estos temas se discutan honesta y transparentemente. En La Brújula lo intentamos con un blog (http://blogs.labrujula.com.ni/bitacora, donde pueden encontrar ambas fotografías). Pero la discusión necesita ser más amplia e incluyente. Y el Observatorio de Medios puede hacer una importante contribución.
Esta semana se presentó oficialmente el Observatorio de Medios del Centro de Investigación de la Comunicación, CINCO. Esta iniciativa, coordinada por mi compañero de aventuras en esta columna, Guillermo Rothschuh, pretende fomentar un ejercicio autocrítico por parte de los medios, y con ello contribuir a mejorar su desempeño. Y antes incluso de su presentación formal hizo circular entre académicos y periodistas un primer producto en el que se analizaba el estado actual de la llamada “nota roja” —esa que resulta de la cobertura de hechos de violencia y sangre, que todavía constituye parte sustancial de la oferta periodística nicaragüense.
Entre las evoluciones positivas, el reporte destacaba la reducción del número de fotografías “sangrientas” en los periódicos, especialmente en las primeras páginas de La Prensa. Porque, efectivamente, el consenso general es que este tipo de imágenes —de cadáveres, cuerpos mutilados, personas heridas— generalmente caen en el “amarillismo”, que constituyen una de las expresiones más patentes de la forma en que algunos medios de comunicación buscan como explotar el dolor y sufrimiento ajeno, que son injustificables. De hecho, el nuevo Código Penal de Nicaragua ahora penaliza la publicación de fotografías de cadáveres.
Pero entonces pasó Gaza. Es decir, el Ejército de Israel lanzó su operación “Plomo Fundido” con el propósito declarado de impedir que desde ese territorio palestino se siguieran disparando cohetes en contra de su territorio. Y páginas de periódicos y pantallas de televisión se fueron llenando con imágenes del dolor y sufrimiento causado por el conflicto, especialmente entre el pueblo palestino.
La obligación de mirar
¿Se debe censurar a los medios por presentar imágenes de sangre para ilustrar el conflicto palestino-israelí? Definitivamente no. La pérdida de vidas humanas, el dolor y el sufrimiento —fundamentalmente entre la población civil inocente— es una dimensión esencial de ese —y cualquier— conflicto. El buen periodismo no puede dejar de documentar y confrontarnos con esa realidad. Y las imágenes son a menudo el medio más efectivo para conseguirlo. ¿Se imaginan al código penal impidiendo la publicación de las fotografías de las víctimas de los campos de concentración nazis, de las de la limpieza étnica en Yugoslavia, de las de las masacres de Ruanda?
Es por ese tipo de cosas que, en materia de periodismo, las prohibiciones tajantes no son siempre una buena idea. Pero la “irrestricta libertad de prensa” requiere de buen criterio. Buena parte de las imágenes sangrientas publicadas o transmitidas por nuestros medios no sirven a un bien mayor.
Y por eso la grita generalizada. Pero la línea entre lo justificable y lo injustificable a menudo es muy difusa. Y por eso el diálogo, el debate y la reflexión que puede impulsar el Observatorio es tan necesaria.
Transparentando criterios
Un buen ejemplo de ese delicado equilibrio, y de la necesidad de ese debate, puede resultar de la comparación de las decisiones tomadas por El Nuevo Diario y La Brújula Semanal, el semanario gratuito en el que intento poner en práctica algunas de las prescripciones tan alegremente repartidas en esta columna.
Cuando en La Brújula decidimos abordar el tema de Gaza, nuestra primera reacción fue que no debíamos publicar imágenes de cadáveres, mutilados, etc. Pero a medida que considerábamos otras imágenes, nos dimos cuenta que tampoco queríamos publicar imágenes asépticas —como el humo saliendo de los edificios bombardeados— ni otras que pudieran glorificar el quehacer militar. Después de todo, pensamos, tal vez sólo es confrontándonos con los horrores de la guerra que podemos llegar a comprender su monstruosa inutilidad. Al final optamos por publicar una foto del entierro de una niña palestina de cuatro años en el cementerio Beit Hanoun, al norte de la ciudad de Gaza. Se trata de una imagen dolorosa, pero respetuosa del triste destino de Lama Hamdan —como se llamaba la niña— y del dolor de su familia (y no es que creamos que alguna vez vayan a leer La Brújula, pero aún así). La elegimos porque también nos pareció una imagen sobria, efectiva en su representación de la gran cantidad de víctimas civiles inocentes que ha caracterizado ese conflicto.
Un debate abierto
Si tienen tiempo, compárenla con la imagen de otra niña palestina inocente víctima del conflicto, publicada en la portada de El Nuevo Diario del miércoles 7 de enero. Tal vez algunos aún la recuerdan. Un niña, sin nombre, yace entre los escombros de un edificio destruido por el bombardeo israelí. La primera impresión, sin embargo, es la de una cabeza decapitada, los ojos aún entreabiertos fijados en el vacío. ¿Es esta segunda imagen más efectiva como denuncia del horror de la guerra, documenta mejor lo que está pasando en Gaza? Personalmente, creo que no. De hecho, este tipo de imágenes grotescas a menudo más bien consigue que la gente vuelva a ver hacia otro lado, literal y figurativamente hablando. Que se desentienda del problema.
Otros, sin embargo, pueden tener otra opinión. Y la línea —entre lo justificable y lo injustificable— sólo se va a definir claramente en la medida que estos temas se discutan honesta y transparentemente. En La Brújula lo intentamos con un blog (http://blogs.labrujula.com.ni/bitacora, donde pueden encontrar ambas fotografías). Pero la discusión necesita ser más amplia e incluyente. Y el Observatorio de Medios puede hacer una importante contribución.