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Artículos de interes - 08 May 2009

Artículo de opinión: La crisis del capitalismo liberal

El economista Angel Saldomando aborda las consecuencias de la crisis ecnómica mundial, tanto para la economía dura como para la estabilidad y legitimidad del sistema capitalista liberal. El autor plantea los principales retos en cuanto a la necesidad de transformar el sistema de intercambio actual.

Ángel Saldomando

Hace unos meses los países de la OCDE se debatían entre declarar que estaban “técnicamente” en recesión, es decir un trimestre de caída del PIB o que habían entrado francamente en recesión, más de dos trimestres de caída del PIB. En vísperas de la reunión del G20 en Londres, la situación ya era definida como de crisis abierta y con potencial de propagación al mundo entero.

El FMI prevé una caída del crecimiento mundial entre 0.5% y 1% para 2009. A nivel regional los números son más sombríos. Japón podría tener una caída de 5.8%, la Zona Euro de 3% y Estados Unidos de 2.6%. Los países en desarrollo serían los únicos que podrían exhibir cierta resistencia, ¿por cuánto tiempo? Con un crecimiento de 1.5% a 2.5%, teniendo en cuenta, claro está, muchas diferencias entre ellos. La siniestrosis se instaló en el mundo entero. ¿Es ésta la primera crisis internacional sistémica del capitalismo del siglo XXI?

La dimensión de la crisis
El debate sobre la dimensión de la crisis y su impacto es encarnizado, ya no como una disgresión teórica o académica, ocurre en tiempo real, con decisiones urgentes a tomar, con opiniones públicas ansiosas y en algunos países dispuestas a la sanción, como en Francia a medida que el desempleo se está disparando. El análisis que se hace de la crisis ha dejado muchas víctimas en el camino en la teoría y en la práctica.

Iniciada en el sector inmobiliario en Estado Unidos y multiplicada por la multitud de productos financieros especulativos creados por el sistema financiero mundial, creó una espiral de endeudamiento, la crisis ha revelado que el sistema capitalista globalizado tenía su flanco débil en el sistema financiero, éste estaba sobre una pirámide invertida. Su quiebra trasmitió una interrupción de los circuitos de pagos, contrajo el crédito a niveles que comenzaron a cortocircuitar la demanda y al sector productivo, la crisis comenzó a retroalimentarse.

En esta dinámica tres fases de reacción se sucedieron. La primera fue salvar el sistema financiero para impedir el colapso, la segunda fue la de mantener la demanda para amortiguar el efecto recesivo, la tercera es que ninguna de las dos anteriores es suficiente y que ahora hay que inventar. En el G20 se está en medio del río, se hace más de lo mismo y se espera que pase la crisis o junto con lo anterior se hacen cambios importantes. Pero justamente, ¿hasta dónde hacerlos?

Quienes piensan que ésta es una crisis grave pero solo una más, optan por amortiguar en espera de que el crecimiento se recupere, de éstos ya no quedan muchos, al menos en público. Otros ven en la crisis el fin de una modalidad de organización del capitalismo de los últimos 20 años, basados en la desregulación y en la desconexión del sistema financiero con la economía real. Ambas posiciones se distribuyen con matices norteamericanos y europeos, mientras que la coalición de países sudamericanos representados por Argentina y Brasil pugnan por reestructuraciones profundas de la arquitectura financiera, de la institucionalidad y de las reglas del comercio mundial. Los asiáticos tienen miedo de que cambios importantes afecten su propia inserción mundial y sobre todo los fondos que mayoritariamente detienen en los bonos de deuda pública de Estados Unidos.

La cuestión de fondo sigue planteada, ¿qué tipo de crisis es ésta?
Sin duda que la crisis actual es mucho más que una coyuntura recesiva. Por un lado por su dimensión afecta a todo el planeta, por otro pone en cuestión y eso es sin duda lo sistémico, los ejes de acumulación de los últimos 25 años. En primer lugar el eje financiero y su liberalización, en segundo lugar la apertura a ultranza de las economías y la deslocalización de la producción que impuso, en tercer lugar no menos importantes los fundamentos doctrinarios con que se ha gobernado la actual fase de globalización capitalista.

Como consecuencia hay que volver a algunas cuestiones básicas, el retorno del estado, el incremento de la regulación de los mercados y un replanteamiento de la organización del comercio mundial. La profundidad de los cambios está por verse. Pero si incluimos la variable ambiental, las economías emergentes y una redistribución de la correlación de fuerzas económica y política entre regiones y países, sin duda que habrá cambios importantes en el corto y mediano plazo.

El capitalismo en tanto organización de la economía basada exclusivamente en la obtención máxima de la ganancia y su apropiación privada, y en las decisiones de inversión autónomas y basadas en la empresa, sobre todo transnacional, están severamente cuestionados. Esto no quiere decir que debe desaparecer el mercado, la iniciativa privada y los intercambios comerciales. Significa que la mercantilización del mundo debe retroceder seriamente y ser controlada. La política como decisiones colectivas para el bien colectivo, los intereses ambientales y sociales deben volverse predominantes.

Los sacerdotes de la economía liberal siguen pregonando el fin del mundo si se controla la globalización liberal, si interviene el estado, si se regula la actividad privada y el comercio internacional. Pero ahora tienen el viento en contra, los hechos los desmienten.

El despojo de la doctrina
Los principios doctrinarios de la economía liberal han quedado reducidos a polvo. No desaparecerán inmediatamente pues las religiones tienen la vida dura, pero al menos se puede esperar que ya no hagan tanto daño.

La autorregulación del mercado quedó hecha añicos con la crisis del sector financiero y la desastrosa gestión basada en la supuesta e infalible racionalidad del mercado. Los capitanes financieros se construyeron retiros dorados pero hundieron el barco. El salvataje obligado, organizado por el Estado, le devuelve su protagonismo y relegitima la acción pública y en particular de los bancos centrales que como se ve no pueden ser independientes como se pretendió. La organización del sistema financiero a nivel internacional está en quiebra y probablemente a medida que se desarrolle la crisis, la del propio orden monetario. Algo que China está planteando abiertamente, para salir del patrón dólar.

La liberalización del comercio tal como se la pregonó no tiene ya validez, nunca la tuvo. Las economías reales sólo pueden tener una apertura selectiva, para no transmitir tendencias deflacionistas, y competitividad sucia sobre la base de salarios mínimos y desprotección social.

Toda la concepción de la competitividad internacional y la especialización se viene al suelo, así como las ventajas comparativas basadas en que destruyen las sociedades y sus mercados internos en vez de integrarlas y mejorar sus capacidades de regulación propia.

Se acabó la fiesta, ahora hay que clausurar el negocio por mal administrado, vender productos dañinos y hacer propaganda mentirosa.

Cuatro grandes temas al debate
Las soluciones no saldrán enseguida de ningún sombrero de mago. Pero tocar el fondo hace bien si se replantea la organización de la economía mundial y el modelo de sociedad que exporta, crecimiento sin sostenibilidad ambiental y humana, consumo sin consideración del bien público y de su impacto, productivismo irracional y contaminante, vaciamiento de la democracia por el mercado.

Por lo pronto, hay que apagar el fuego pero según como se haga se hará el resto y no va a ser fácil.

La crisis del sector financiero implica no sólo restablecer la cadena de pago y los flujos de crédito, implica una reorganización en profundidad del sector para ponerlos al servicio de una progresiva reestructuración de las base del crecimiento, verde, equitativo, regulado y no especulativo, democrático. Para ello hay que nacionalizar los bancos transnacionales quebrados y dejar en manos privadas sólo los bancos sanos y locales relacionados con producciones y consumo local. Esto lo están planteando incluso economistas próximos de Obama, Suecia lo hizo en 1993.

Se debe ir a una organización del comercio internacional que respete las aperturas selectivas y los mercados internos y penalice la competitividad sucia con condiciones ambientales y sociales, así como los productos cuyos precios no incluyen sus costos ambientales y energéticos.

Productos básicos para la alimentación y la salud necesitan de regulación y estabilidad internacional bajo control de agencias internacionales especializadas. La OMC se debería convertir en ese tipo de agencia reguladora.

Los bancos multilaterales deben ser reformados en su estructura, gobernabilidad y misión, para convertirse en instrumentos de flujos financieros y comerciales basados en los nuevos criterios y ayudar a los países a realizar la transición. Debe colaborar con nuevas formas de regionalismo y financiamiento.

Estos cuatro ejes podrían ser el punto de partida de una reorganización del planeta, que de todos modos ya no da para más. Como siempre nada se hará sin fuerzas sociales que lo impulsen. Puede que otro mundo no lo encontremos nunca pero al menos arreglemos el que tenemos.

El autor es parte del equipo de investigación de CINCO.

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